Estado avatar

Hace dos años pasaba una incapacidad incomodísima tras retirárseme las cuatro muelas cordales. Buscando en Netflix la primera cosa que me distrajera, a mis veintitrés, tuve la oportunidad de revisionar Avatar: la leyenda Aang, y me encontré con algo totalmente diferente a lo que recordaba haber visto mucho tiempo atrás en televisión. Solo quería matar el tiempo mientras me pasaba el dolor, pero resulté inmerso en un maravilloso mundo que tenía tanto de fantasioso como de real.

Una de las razones por las que me gustan tanto las series animadas es porque creo que es más fácil contar una mentira a través de otra mentira. Nunca había visto una serie tan realista y humana, a pesar de que contradictoriamente está llena de reinos imaginarios, animales místicos combinados y personas que tiran fuego por las manos. La serie construyó este universo de una manera tan brillante que no me fue nada difícil empatizar con todos sus elementos, personajes, motivaciones y conflictos, sentir que la historia transcurría exactamente el mismo mundo en el que yo vivía, pero capturada a través de un particular lente que le añade un filtro de fantasía.

La sabiduría de Iroh

De todas las enseñanzas (que no son pocas), una de las que más me impactó fue cuando el tío Iroh le enseña a Zuko técnicas de fuego a través de la tradición cultural de las otras tres naciones con las que estaban en guerra. Esto choca con todos los prejuicios que tenía Zuko hasta ese momento ¿Por qué el elemento más “poderoso” tendría que aprender algo de los débiles y patéticos que habían sido aplastados por la nación del fuego?

Así es como Zuko de forma teórica, y luego de forma práctica a largo de todo su viaje, aprende que también hay virtud en los que no son como el, y que de hecho el mismo carece de esas virtudes. Aquí es donde realmente el personaje empieza a crecer, cuando entiende que además de la suya, hay otras formas de ver la vida, otras perspectivas del mundo totalmente diferentes y que ninguna es necesariamente mejor o peor, simplemente diferente. Esa es la base de la empatía, cuya carencia provocó la tesis de la serie: la guerra de cien años entre las naciones de los cuatro elementos.

Estado avatar

Ahora vamos con el protagonista, Aang. Su estatus de avatar le permite dominar todos los elementos, y cada uno de estos representa, más allá de un poder sobrenatural, una cosmovisión diferente. El es un niño que apenas tiene un control básico su elemento natal (el aire), pero cuando entra en “estado avatar” adquiere conexión con todas sus vidas pasadas, con los ancianos que antes fueron el avatar. Más allá de la connotación religiosa que pueda haber, tenemos un cambio de edad como metáfora de la sabiduría, y un cambio de poder como metáfora de expansión de conciencia.

El estado avatar es, por tanto, el respeto por lo diferente, dejar a un lado la arrogancia y tener la capacidad de escuchar a los contrarios, tratar de entender a las demás personas y sus convicciones, incluso los que por alguna razón terminaron en un espectro ideológico diferente al de nosotros. Al menos es como yo lo tomo y el significado que quiero darle. Es una máxima que intento aplicar en mi vida. En Avatar hay cuatro naciones, pero en la vida real hay infinidad de perspectivas diferentes, no es fácil estar siempre en estado avatar, pero si todos los intentamos de a poquito podemos ser una sociedad más tolerante.

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